El poder de la música en la creación de la existencia.
Es innegable que J. R. R. Tolkien creó un mundo fantástico prodigioso en el que conviven miles de seres, como humanos, elfos, enanos, hobbits y criaturas fantásticas como dragones y águilas gigantes. En El Silmarillion, al mejor estilo de un libro sacro, narra la creación de este vasto universo en el que la música es la fuente de este acto de creación. A través de cánticos, el mundo se va alzando, andando y transformándose, convirtiéndose en el instrumento para la generación de todo, desde lo físico hasta lo inmaterial, desde las formas hasta las historias.
Esta versión de la creación del todo es una de mis favoritas personales. Tener a la música como el entorno de creación de cada átomo, de cada célula, de cada pensamiento, pensar que la misma rodea a cada cosa con un código de construcción que da forma, sentido e intención, es ponerla, en justa medida, en el rol que tiene para mí frente a la vivencia y el andar en este mundo.
La música es vibración y cadencia, ritmo y contrapunto, recuerdo y movimiento hacia el futuro.
La música es vibración y cadencia, ritmo y contrapunto, recuerdo y movimiento hacia el futuro. De las múltiples artes que existen, es una de las que se involucra más con la condición humana. Para vivirla y sentirla no se requiere un entendimiento profundo, ya que fluye a través de sus vibraciones, armonías y disonancias que tocan la piel para reproducirse y transformar al portador en un mismo instrumento, conectándolo con su cuerpo y, por qué no, con su alma.
No es casualidad que innumerables mitologías conecten la música con lo divino. Euterpe para Grecia, Terpsicore en Roma, Hathor en Egipto y Saravasti en la mirada hindú, además de muchas representaciones más, son parte de esas figuras construidas para ilustrar la conexión entre la humanidad y la divinidad.
Los viajes sonoros recorren tiempos y espacios, desde los tambores tribales de la África milenaria, pasando por las sinfonías europeas, desembarcando en las zampoñas andinas, volando a través de las cadenciosas vibraciones de la cumbia y magnificándose a través de los amplificadores y guitarras eléctricas en el rock del siglo XX. La historia sigue moldeándose a partir de aquellas notas que nos viajan, que nos viven, que nos reviven y se hacen nuestras en un simple tarareo, un silbido no pensado o una melodía que se encastra en la mente negándose a partir, como si algo más que un cúmulo de neuronas lo sostuviera allí (probablemente sea así).
La música es una experiencia cerebral, corporal y espiritual.
La música es una experiencia cerebral, corporal y espiritual. Desde las serenatas, los viajes a conciertos o los casetes grabados (hoy playlists) en secuencias articuladas minuciosamente para regalar a alguien, representan esta vivencia musical compartida, son una forma de apertura, de ruptura del ego, un desgarre del alma individual humana en busca del espíritu colectivo, del disfrute comunitario y la vinculación espiritual. Un acto que solo puede ser explicado con la imagen de una "Remedios La Bella" cantando sobre su vida en el patio de su casa en el Macondo de García Márquez, donde la música terminaría reuniendo al pueblo en el patio para escuchar todo lo que la experiencia musical les provee. Poco tiempo después ella moriría.
La música está en el pasado, en el presente y seguirá en el futuro, conectando las experiencias humanas hasta hacerlas perpetuas. Compartir la experiencia musical es volver a ese espíritu creador, en el que cada latido, respiración, movimiento y vibración atómica reconectan con la experiencia misma de la existencia.
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