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Del recuerdo y el olvido

  • Foto del escritor: Pablo Mauricio Bustamante Salinas
    Pablo Mauricio Bustamante Salinas
  • 10 jun
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 11 jun

Hoy mi madre olvidó. No mi rostro, no mi nombre —eso ya me tiene acostumbrado—, olvidó lo que es una taza. La miró extrañada antes de preguntar: “¿Y ahora qué?”.¿Dónde van a parar las memorias que construimos? ¿Dónde se disuelven todos los rostros, lugares e historias?


Hoy mi madre olvidó, y un miedo se despertó en mí. Yo vivo de coleccionar recuerdos y memorias. Ordeno espacios, experiencias y formas en compartimentos de mi mente para tenerlos a mano cuando se necesiten. Pero un día, las gavetas saltarán y todo ese papeleo mental quedará disperso, inexplicable y caótico. Ese día, el trabajo del coleccionista habrá terminado; el explorador perderá sus mapas y tendrá que tantear en medio de la oscuridad, tratando de vislumbrar algo pequeño, medianamente cercano, y posiblemente recuperarlo por un instante.



¿Olvidaré el orden de las letras? ¿Qué rostros se quedarán en mí? ¿Sabré reconocerme en un espejo? ¿Recordaré a las personas que viven conmigo? ¿Recordaré ese lugar y ese instante? ¿Te recordaré a ti?


Me gusta recordar. Añoro los instantes vividos y las formas construidas. Me alegra reconocer la profundidad de las personas, sus enojos, alivios, alegrías y desesperanzas. Me agrada construir memorias y poder revisarlas. Pero un día todo se desvanecerá.¿Vale la pena estar allí, sentado, hablando con alguien? ¿De verdad necesito recordar el día en que vi a alguien reír, cantar, enojarse o llorar? ¿Para qué hacerlo, si todo terminará exactamente igual? Disperso, en un conjunto de papeles que invaden la mente, todo se pierde. Las fechas ya no importan, los lugares son irrelevantes, las sonrisas, gruñidos y flirteos quedan sin sentido.


Luego, una tonada suena. Un bolero, y mi madre —la de la mente caótica y desordenada— comienza a cantar. Algo brilla en su sala de colección destrozada. Una melodía recorre su cuerpo, dando una ligera luz, reflejo de la magnífica iluminación que, tiempo atrás, tuvo.Mi madre canta. No importa si bien o mal, pero canta. No olvida la letra; de alguna forma, en medio de todo ese caos, la música logra fluir.


Tengo miedo, pero entiendo —al ritmo de un “Reloj, no marques las horas, que mi vida se apaga”— que coleccionar recuerdos no sirve para vanagloriarse de una memoria prodigiosa, sino para saber lo que es sentir.


Cada risa, una lágrima, un letrero, un guiño, una calle... están allí, conformando frágiles instantes que, tarde o temprano, se van a desmoronar. Pero qué lindo habrá sido haberlos vivido.


Tomo mi taza y le doy dos sorbos para terminarla, mientras mi madre canta.

 
 
 

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