Bloquear en señal de protesta se ha convertido en algo completamente cotidiano para la realidad boliviana. Las marchas y movilizaciones que décadas atrás eran símbolo de la protesta social, allá por los ya lejanos años 90, dieron paso a una para nada nueva forma de protesta que demostró alta efectividad por su facilidad de organización, reducido requerimiento de personas y sus altas consecuencias: “el bloqueo”.
Sí, entiendo que la necesidad de bloquear las calles, avenidas, carreteras en algún momento fue para evidenciar necesidades, realidades y desigualdades. Pero eso no quita que se trate de un sistema que aplica la tortura a la población general para hacer escuchar requerimientos de grupos particulares. Quiénes en muchas ocasiones consiguen al apoyo poblacional no por una convicción real con relación a lo requerido, sino más como una súplica de cumplir los mismos (justos o no) con tal de volver a una situación de “normalidad” que permita a la mayoría de la población reconducir sus actividades.
En nuestro país los bloqueos se hacen por todo, en mayor o menor escala, desde aspectos de relevancia social, hasta problemas personales que requieren una atención particular del caso. Se mastica la palabra “medidas extremas” pero desde hace varios años el término extremo se ha reducido a “medidas cotidianas”. La normalización de algo que debería resultar insólito no hace más que demostrar la fragilidad de un sistema político que no encuentra otros canales para entablar diálogo y derivar en puntos de acuerdo.
Sí, el bloqueo surge como una medida derivada de la ineficiencia política de siempre. Hijo de la corrupción, el favoritismo, la demagogia y la politiquería barata que se tiene en este país. Pero entender los motivos de este no lo justifica. Sigue siendo una medida de protesta que atenta contra la sociedad, no contra los gobiernos. Una medida que se vale más del cansancio y el hartazgo que de un apoyo consciente a las problemáticas que lo motivan.
Los bloqueos son como coágulos que en algún caso logrará dispersarse lo suficientemente rápido como para seguir adelante, mientras que en otras ocasiones no lo harán y generarán un colapso integral del sistema. Ya nuestros coágulos, como pequeños ejemplos de su impacto, nos han privado de macroproyectos regionales y nos han exiliado de rutas turísticas porque no se puede confiar en la regularidad y estabilidad de tránsito en nuestro país.
El bloqueo es tortura, tortura social sistemáticamente realizada a mayor o menor escala. Hoy ha perdido su sentido de protesta social, pues se abandera ante cualquier situación, incluso para simples apetitos personales.
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