Ayer decidí que no deseo envejecer. Quisiera decir que esta decisión fue el resultado de una profunda reflexión, una filosofía de vida o una motivación más profunda. Pero no es así; simplemente no quiero envejecer para no depender de instituciones como la Gestora.
Hace siete meses que estoy tratando de gestionar la pensión por defunción de mi hermana. Hasta julio, acompañé a mi madre, cuando sufrió varios problemas de salud, incluyendo una doble fractura de hombro y cadera. Después, continué con el proceso por mi cuenta.

Cada mes, recibía la misma respuesta: "El proceso de transición de datos de las AFP a la Gestora está tardando, vuelva el próximo mes". Esto continuó hasta octubre, cuando, supuestamente, insertaron los datos de mi madre en el sistema, frente a mí escribían los datos en una computadora para luego verificar con la sede de La Paz y confirmar que los datos estaban registrados y que el depósito se realizaría a finales de octubre. Sin embargo, el 31 de octubre, no se había realizado ningún depósito en la cuenta de mi madre. Al consultar por teléfono, me enteré de que ningún dato se encontraba en el sistema y que debía volver a las oficinas para averiguar lo que había sucedido.
Después de más de cinco horas, visitar dos oficinas, recorrer múltiples escritorios, sentirme frustrado, enojarme y recibir lecciones morales sobre que exaltarme no era cómo se debe tratar a las personas (por parte del personal de la Gestora), perder una clase con mis estudiantes (lo siento mucho de verdad). Finalmente, obtuve una respuesta que supuestamente debo confirmar en un par de días.
Sin embargo, no fue esta experiencia la que me hizo no querer envejecer. Puedo esperar, realizar los trámites y lidiar con las dificultades renegando o no. Lo que realmente me hizo no querer llegar a la vejez son las situaciones que he presenciado a lo largo de este tiempo.
En esas oficinas, he visto a personas mayores, muchas de ellas me doblan la edad, esperar durante horas, sentadas, caminando, manteniendo la calma o expresando su frustración (ayer uno de ellos se iba diciendo que lo trataban como un Judío Errante, razón no le faltaba).
He visto a personas trabajar en dos teléfonos móviles a la vez probablemente para no "perder tiempo". He cedido el paso a personas con problemas de visión que deben levantarse constantemente para comprobar si su número se muestra en la pantalla, solo para volver a sentarse desilusionadas cuando la atención no avanza. He estado junto a personas mayores que esperan sin almorzar, solo para saber si obtendrán una respuesta a un trámite que iniciaron meses atrás. Me ha conmovido ver a adultos durmiendo en las sillas de espera sin que nadie de la oficina se acerque para preguntar si su número ya ha sido llamado o no. Y así, muchas más escenas desalentadoras.
Retomando mi experiencia, después de permanecer a solas con la agente que me había dado lecciones sobre "cómo tratar a las personas", le dije, ya calmado: "¿Te diste cuenta de que si no me hubiera comportado así, no habría obtenido una respuesta? Lamentablemente, las personas adultas a menudo no pueden hacerlo".
En estas oficinas, hay personas que están viviendo sus últimos años de vida, quizás meses, quizás semanas o días. Están perdiendo sus segundos, minutos y horas en un sistema que es ineficiente. En lugar de disfrutar, descansar y aliviar el peso de una vida recorrida, se encuentran atrapados en un ciclo donde solo son números, datos, cuentas, cualquier cosa, menos seres humanos.
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