
Sus manos se mueven hábilmente mientras de su boca se desprende el tarareo de algunas notas de una canción que invade sus oídos. Traza, dobla, forma y reforma los fragmentos de papel que se tambalean entre sus dedos. Falla con algunos, que deja caer y que el viento arrastra entre la hierba que la rodea. Tras un par de intentos, sus manos logran moldear un lobo de papel.
Ella lo observa, curiosa por su forma. No comprende bien cómo ha llegado a armar esa figura que ahora sostiene en su palma. Luego de un tiempo, sopla suavemente sobre el pequeño animal inerte. Cual profunda y antigua magia, el pequeño ser se sacude, despertando de lo que parece un letargo de tiempos pasados. Da pequeños saltos, pasando de la palma al brazo de quien lo sostiene. Corre por el hombro hasta dar un salto hacia la palma que permanece abierta. El pequeño lobo trata de aullar, aunque no emite ningún sonido. Reconoce en el calor de esa mano a su manada. De un nuevo salto, llega a la pierna de su creadora. Allí se acurruca, listo para dormir en lo que ahora es su compañía.
Ella lo sabe: por algún tipo de magia que proviene de tiempos remotos, ya no debe vivir en soledad. Toma otro pedazo de papel y, mientras el pequeño ser sobre su pierna se acomoda panza arriba, empieza a realizar nuevos dobleces.
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